
Cuántas veces nos animamos a hacer cambios en nuestra vida pensando “debería”, o nos enfadamos porque las cosas no son como pensamos que “deberían ser”.
Podemos pensar “debería adelgazar” o “debería ser más ordenado” o “no debería haber dicho eso”, cuando en realidad no hay ninguna obligación. En realidad, son elecciones o deseos. Pero los asumimos como una imposición, puesta por nosotros mismos, por los demás o por la sociedad.
Los “pensamientos debería” solemos aprenderlos en la infancia, según nuestros modelos familiares, el ambiente social al que pertenecemos o a nuestros propios deseos de acercarnos a la perfección o de ser como otros esperan que seamos.
Está muy bien proponerse cambiar y ser cada vez mejor, pero imponérselo no es el camino.
Los “debería” son la raíz del perfeccionismo, de la culpabilidad, de las preocupaciones y de casi todos los enfados.
El no conseguir lo que “deberíamos”, nos lleva a la frustración en vez de a la aceptación. La aceptación, que no la resignación, es el principio de cualquier mejora.
Nuestro bienestar emocional depende del equilibrio entre nuestros derechos, nuestros deseos y nuestras obligaciones. Es importante saber dónde están los límites para poder desarrollar una buena autoestima, mejorar la relación con nosotros mismos y con los demás.
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